Hace 36 años, una nueva herida se abrió en el corazón de los argentinos. Una herida que comenzó con otra, de otro siglo, que se metió en la sangre de todo un pueblo, que siempre supo que aquellas tierras lejanas, eran parte de su geografía, su historia y sus sentimientos más preciados. Desde aquellos lejanos tiempos, los argentinos recorrimos un largo camino de paz, sustentado por la razón, los esfuerzos diplomáticos y la buena voluntad.
Un 2 de abril de 1982, una trasnochada decisión de la dictadura argentina, dejó en el olvido aquellas gestiones que, a lo largo de muchos años, no tuvieron eco del otro lado del océano atlántico. Emociones encontradas, la pasión y la sensación de una justicia tardía y forzada, se mezclaron con la lógica del pensamiento. Un país en guerra se dividía entre los que, desde el continente, vivieron en carne propia una guerra que nadie quería y otros que seguían el curso de sus días a través de las sesgadas noticias.
Allá lejos, un conflicto bélico donde la diferencia de recursos era evidente, desde las armas, hasta los hombres. La última tecnología y profesionales entrenados, frente a viejos pertrechos, algunos militares de honor y una mayoría de jóvenes que apenas despertaban a la vida. Luego, las miserias de la guerra, siempre ilógica, siempre cruel, dejaron al desnudo las miserias de los seres humanos. La cobardía y el abuso, en nuestras propias filas, no pudieron con la valentía y el patriotismo de muchos otros.
De aquellos que volvieron atravesados por el dolor. De los que quedaron en el frío y extenso mar argentino, como los que aún son parte de las entrañas de la tierra malvinera. A todos ellos, tenemos el deber de recordar y honrar siempre. Para los que fueron llegando después de más de tres décadas y para que los que vendrán, sepan de su hombría y su sacrificio sobre las tierras que siempre serán nuestras entrañables Malvinas Argentinas.